de tus ojos, de tu sonrisa, de tu magia,
de tu perfil infinito, de la suavidad de tus manos,
de la calidez de tu piel,
y de tu forma de hacerme feliz, sólo con tu sonrisa.
Me enamoré como un egoísta, de la sensación que eriza mi piel al saberte contenta,
de la manera en que caminas,
del modo en que te tapas la cara cuándo bromeas,
y de tu capacidad para la ironía.
Me enamoré de tus silencios,
de tus subidas y bajadas,
de tu forma de abrazarte las piernas,
y de tu modo de girar en las curvas,
de la manera en que me haces llorar,
y de tu enfoque buscando un sentido a cada día.
Me enamoré de tus saltos en la cama al despertar,
de tu forma de mirar al sol,
de tu pasión por la velocidad,
de tu capacidad de entrega sin medida,
y de tu necesidad de ser amada.
Me enamoré de tu pelo en mis dedos,
de tu forma de decirme que no,
de la manera en que te temblaba el labio al estar tan cerca,
de tu olor al proyectarte en mi pecho,
de tus roces ambivalentes,
y de tus ojos tímidos.
Me enamoré de la manera en que me haces abrirme,
del modo en que te desatas y me desatas,
de tu forma de sentirte libre,
de lo que me das y lo que me pides,
de lo que eres, y lo que me haces ser.
Me enamoré de ti, a pesar del tiempo y del espacio, a pesar de ti y de mí, a pesar de las sombras y las luces, me enamoré de lo que eres, y del modo en que lo eres. Y no voy a moverme ni un solo paso, porque te quiero y porque te admiro, hasta desde la penumbra.
Y desde allí, desde aquí, y desde siempre, te acompañaré para que no estés sola: si yo soy tu ancla, tu eres mi faro.